Me la presentaron en catalán y a las pocas palabras supe que
se esforzaba por hablarlo, como yo. Supongo que ella notaba que mi acento
no era de l’Empordà, igual que yo intuía que su lengua materna era el
castellano. Ignoro el porqué, pero cuando conozco a una persona, el idioma en
el que se inicia nuestra relación es el que utilizo mientras dura ésta.
Nos gustamos y obviamos nuestros errores gramaticales.
Jamás he pronunciado correctamente las eses catalanas, no distingo las sordas
de las sonoras, ni las zetas, ni las ces con cedilla. Ella se hacía un lío con
la doble ele, ese sonido prolongado en el que la lengua se queda pegada al
paladar durante un tiempo. Ninguno dijo de cambiar de idioma a pesar de que nos
hubiera resultado más cómodo y natural hablar en castellano. Es lo que tiene la
inmersión lingüística. En eso pensaba mientras ella introducía su potente
músculo dentro de mi boca buscando los laterales internos de mis mejillas y
dejaba mi campanilla oscilando al compás de su música celestial.
Dejé que acabara mi lavado bucal hasta que necesité aire
para que mi rostro recobrara su color habitual y abandonara el morado pasión
previo a la asfixia. Quizás ella era hipoxifílica, desde luego yo soy bastante
normalito y las parafilias las dejo para gente más sofisticada. Aparté mi
cara de la suya y respiré el oxígeno, el nitrógeno e incluso el argón que
pudiera haber en aquella habitación.
–Què et passa?– preguntó con su peculiar acento del sur.
–No, res, que em faltava l’aire. Les apnees m’agraden
controlades i només quan pratico submarinisme.
Me acarició suavemente el rostro y me pidió disculpas por su
pasión. Jamás me habían pedido perdón por amarme. La abracé y continuamos en el
punto que lo habíamos dejado pero con suavidad, dejando que nuestras lenguas
intercambiaran salivas charnegas y deleitándome con el sabor a colutorio que
probablemente había enjuagado sus encías poco antes.
En la habitación contigua se oían risas, jadeos y gritos sin
vergüenza. Carles y Núria follaban en estéreo, con un punto de exhibicionismo
sonoro. Daba la sensación que querían compartir su polvo con nosotros.
Sonreímos al mirarnos. Estaba claro que nuestra cita era una
encerrona, yo pasaba por un momento delicado de mi vida, acababa de romper con
Rosa y apenas salía de casa. En principio Carles me comentó que había alquilado
un apartamento para recordar aquellos fines de semana playeros en que nos
juntábamos los cuatro amigos inseparables: Carles, Manel, Sergio y yo. Era todo
mentira, había montado una cita a ciegas en la que yo era el único idiota que
ignoraba a lo que iba.
A Montse le habían hablado maravillas de mí. Por lo visto,
yo era una persona sensible, con gran pasión por el teatro y la música clásica,
como ella. Me habían ascendido de cargo y me ocupaba, según le dijeron, de la
dirección de una revista de arte. Se suponía que mi sueldo era de los que
quitan el hipo y que vivía sólo, en un precioso ático del centro. Mientras me
explicaba mi vida, la que le habían contado, mi ego se hinchó como un globo de
helio y ascendió, extraviándose entre los nubarrones de mis fracasos laborales
y sentimentales.
–No et creguis tot el que et diguin aquests!– le dije, sin
desvelar que de todo lo que le habían contado, lo único cierto, era mi pasión
por el teatro.
–Tranquil, conec a Núria, és una magnífica comercial i sap
vendre molt bè el producte, encara que s’hagi d’inventar algunes de les seves
qualitats. Jo sóc més de tastar el producte.
No sé a qué se refería. ¿Hablaba de sexo?. ¿Quería probar mi
destreza sexual o únicamente quería descubrir a esa persona sensible y
apasionada de la que le habían hablado?. Soy muy malo con los retos, me ponen
nervioso y suelo fracasar en todos los intentos.
Se desnudó de espaldas a mí y permaneció unos minutos así,
mostrándome su espalda y su hermoso culo, con las manos agarrando sus hombros,
como si tuviera vergüenza de mostrar los pechos a su sombra. Yo permanecía
inmóvil, sentado sobre la cama y con la vista fija en su cuerpo
bronceado. Se giró con un brazo ocultando los senos y una mano sobre el
pubis. Se acercó lentamente y se sentó junto a mí. Dejé que su piel rozara la
mía, que sus labios abrieran los míos, que sus manos acariciaran mi nuca.
Posé con delicadeza mis manos en los senos y cerré los ojos. Con un leve
empujón, hizo que me estirara sobre la cama y se sentó a horcajadas sobre mi
pecho. Contemplé el magnífico horizonte que tenía frente a mí y poco a
poco alcé la vista hasta que nuestras miradas se cruzaron.
– Estàs molt callat– me susurró.
–Gaudeixo el moment.
Era realmente uno de esos momentos que desearías que no finalizara.
Sabía que llegaba la hora de dar lo mejor de mí, que tampoco es mucho. Follamos
en catalán, utilizando los ocho sonidos vocálicos, que para eso los
tenemos. Gemía y sofocaba sus placeres
para que nuestros amigos no nos oyeran.
–Oooh!, oooh– a veces con la o abierta, a veces con la o
cerrada.
Jadeaba mientras yo intentaba averiguar por qué cambiaba de
sonido. Probablemente probaba con los dos para asegurar que uno de sus gemidos
era correcto. Yo procuraba no desconcentrarme aunque, a veces, me venía a la
mente mi profesora de catalán de bachillerato, silabeando, deslizando su lengua
lentamente por el paladar y mostrándonos su filete lingual inundado en saliva.
Montse percibía mis ausencias e intentaba animarme restregando sus pezones por
mi boca.
–T’agraden els meus pessons?- preguntó lasciva.
–Pessons?, es diu mugrons– no me gusta corregir, sé que mi
catalán es mejorable y además no la había corregido durante todo el día,
¿porqué había elegido el peor o mejor momento para hacerlo?. Me sonó como
cuando un compañero de trabajo, haciéndose el conocedor de la carta del restaurante al que nos había llevado , nos
recomendó las "cocretas" de bacalao. Por
supuesto pedí solomillo, con ll, por que su solomiyo supuse que estaría
demasiado hecho.
Pareció que no le sentaba demasiado bien mi corrección. Se separó de mí, quedándose acostada a una
distancia prudencial. Los dos mirábamos el techo buscando una telaraña que nos
distrajera de nuestro momento delicado.
–Eres un imbécil– interrumpió nuestro silencio en
castellano.–Desde que llegué a Barcelona, hace ya unos cuantos años, siempre me
he esforzado por hablar en catalán y nadie me ha corregido de la manera tan
grosera en que tú lo has hecho.
–Pero,… si sólo te he
dicho que pessons no existe, que se dice mugrons.
–No es la forma, es el momento en que lo has dicho. ¿Ves normal
en la situación en que estábamos que te preocupes de si está bien dicho o no?
–Lo siento, no era mi intención ofenderte,…es que me ha
sonado tan mal.
–Déjalo. Sé que ni eres director de una revista, ni vives en
un ático del centro, cosa que me importa bien poco. Quería descubrir si eras
apasionado, sentimental, delicado, y ya ves. Quizás lo único cierto es que te
gusta el teatro. Eres un estupendo
actor.
–Pero ¿qué dices?
Se levantó y comenzó a vestirse. Yo no me moví, cubierto con
una sábana empapada de nuestros sudores y buscando la telaraña inexistente.
Entonces me sobrevino una duda y soy de los que no se guardan las cosas.
–Perdona, Montse. ¿Cómo se dice telaraña en catalán?
El portazo cerró mi posibilidad de salir de mi estúpida
melancolía. Escuché de nuevo los muellles de la habitación de al lado, los
gemidos de Carles y Núria. Estaban hechos unos campeones, hacía más de una hora
que jadeaban. Me pregunté si ellos follaban en catalán y, en caso afirmativo
,si se preocupaban de la pronunciación o los posibles deslices idiomáticos, o
si tan solo utilizaban la lengua para embadurnarse mutuamente.
Desde el otro lado de la puerta me llegó la respuesta que ya
no esperaba.
–Teranyina, es diu teranyina.