No suelo estar del todo convencida
de que mentir tiene las patas cortas,
de que la soga, si abusás, se corta,
y de que el Tiempo cure las heridas.
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Tampoco es cierto - pues lo he comprobado –
que edificar sobre la piedra augure
el bienestar ansiado y te asegure
que cierzo y mar no rompan el vallado.
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Así es falaz – rubríquelo el Destino -
que con los años se borra la huella
de tantos daños que te hicieron mella
mientras estabas andando el camino.
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Tampoco es cierto (pruebas he tenido)
que el Cielo paga el llanto derramado,
que Dios devuelve lo que te han quitado
y que trasciendas en lo que has parido.
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Dudo en decir (en esto me he extendido)
que al corazón que ha sido atravesado
por el famoso aguijón infectado
de la maldita flecha de Cupido,
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lo salve el lazo etéreo de la Suerte,
lo sane el brazo férreo del Olvido
o el oportuno gesto de un latido
antes del paso firme de la Muerte.
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Tan sólo firmo al pie - como constancia -
de que si existe un AMOR con raíces
que más allá de ley o directrices,
se opone firme a presión y distancia,
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no habrá puñal, ni código, ni fuero,
que desanime al río incontenible
que desbordó en el Mar de lo Imposible
una lejana tarde de Febrero.
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Y que a la fecha no se disolvió,
aunque parezca que se está licuando,
porque se encuentra vivito y coleando
como aquel muerto que Corneille mató.
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Como una extraña reserva de agua
que no declina en gracia ni lealtad,
y no hay cicuta de la realidad
que la envenene o la ponga en la fragua.
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Y en fin, que así (a buen final abierto)
es mi agua dulce (que calma tu sed)
la que en las horas sin juicio y sin red,
sigue salvándote en este desierto.
S I L