Cuando
comienza la historia propiamente dicha, el sombrero había experimentado ya
transformaciones considerables. De casco o capuchón rudimentario habíase
convertido en una pieza de la vestimenta con pretensiones de elegancia.
Un ejemplo
típico nos lo proporciona esa especie de triángulo que usaban los antiguos egipcios, retenidos
sobre la frente con una delgada tira de cuero, y a veces con un aro de metal
finamente cincelado.
Para indicar la casta a la que pertenecían su dueño, o
bien su dignidad en la jerarquía religiosa, este tocado se completaba con una
cimera que representaba una cabeza de pájaro, de serpiente o de cualquier otro
animal.
En la
antigua China, los emperadores y los altos dignatarios llevaban una especie de
gorro cuadrado, llamado mie, mientras los japoneses usaban sombreros de anchas alas, tejidos con
fibras de bambú.
Los
viajeros, que en la antigua Grecia eran por lo general mercaderes, usaban
petasos, con formas que variaban de altura y bordes más o menos levantados.
Petaso es lo que lleva habitualmente Mercurio, mensajero divino y dios del
comercio y la elocuencia. Este casco se ataba a menudo bajo el mentón, con
ayuda de correas, y se lo echaba hacia atrás para dejar la cabeza al
descubierto.
Otro tocado
antiguo era el pileus, de los romanos. Reducido a su mínima expresión constituía una
especie de casquete de fieltro que se adaptaba con exactitud a la forma de la
cabeza.
Durante
raros período, las romanas tomaron la moda del sombrero, mientras el gorro
quedaba reservado a la gente de campo o a los artesanos.
En los
primeros siglos de la Edad Media, la capucha estaba muy difundida. Se afirma
que los celtas y los godos ya la conocían, y que en las regiones de Italia
ocupadas por los bárbaros se uso había sido adoptado. Se sabe con certeza que
en los alrededores del año 1000 el capuchón era corriente entre los hombres.
Protegía no sólo la cabeza sino también los hombros y recibía el nombre de almuz.
Fue
reemplazado por tocas, bonetes o boinas, pero las personas de alguna jerarquía
lo conservaron hasta el siglo XIV, modificando su forma. El nuevo sombrero
llevado por los burgueses italianos se llamó mazzocchio; era de terciopelo y terminaba en
una punta echada sobre la espalda que llegaba a veces hasta los talones. Las
boinas, que recibían estudiantes de las primeras universidades italianas junto
con el título de maestro, convirtiéronse también en tocado de pajes. Los
juglares usaron un bonete al que, para darle aspecto de bufón, le agregaron
cascabeles o pequeños objetos grotescos.
En la
primera parte de la Edad Media, las mujeres llevaban alrededor de la cabeza
aros de metal o de telas trenzadas, soliendo adornarlos con plumas, flores o
pedrerías. Entre 1200 y 1300, un tocado más original obtuvo la predilección de
la coquetería femenina: sobre un velo retenido en lo alto de la cabeza, se
hacía pasar una tira que se deslizaba bajo el mentón, de modo que el rostro
parecía enmarcado. A este mismo período se remonta el hennin, largo sombrero cónico, terminado por
una o dos puntas que soportaban un largo velo flotante.
El sombrero
redondo apareció en los comienzos del siglo XIV, pero a pesar de que los
sombreros franceses tenían fama ya en el siglo precedente y los homines artis
cappellariorum de
Venecia habían merecido el honor de una mención en 1280, sólo en el siglo XV
tomaría auge, gracias al hecho de que los sombreros masculinos tornábanse señal
distintiva de dignidad.
En el siglo
XVI encontramos en toda Europa suntuosos sombreros masculinos. Venecia creó el
casco del dux, mientras su mercaderes ostentaban el sombrero de fieltro rojo
bordado con piel, que caía a veces en amplio pliegues hasta los antebrazos. En
Italia del sur aparecieron los sombreros de plumas, mientras que en el norte
los elegantes llevaban boinas de terciopelo turquesa o rojo, realzadas con plumas,
y sombreros de castor, de lana o de paja forrados en seda.
El sombrero
de ala ancha dominó en el siglo XVII. En la corte de Luis XIII estaba adornado
con plumas gigantescas, y bajo el reinado de Luis XIV sus alas fueron
levantadas, reteniéndolas a la copa, de un solo lado o de ambos a la vez. En la
corte de España los sombreros llevaban puntillas, plumas y pompones, tanto para
las mujeres como para los hombres.
En el siglo
XVIII, levantando el ala en tres lados se obtuvo el tricornio, y en 1777 se
inventó el clac (sombrero de muelles que podía plegarse para ser llevado bajo
el brazo); durante el mismo período, los
peinados femeninos habían alcanzado un grado de complejidad excepcional.
Pero algunas
décadas más tarde creóse el sombrero que sería durante mucho tiempo el modelo
predilecto de las mujeres: la pastorella.
Como un
tocado es a menudo la expresión de una opinión o una clase social, la
Revolución Francesa influyó considerablemente en la moda. Con el retorno de la
tranquilidad, la coquetería recobró sus derechos. El modelo cabriolé fue muy
apreciado por las mujeres entre 1830 y 1840; poco después vino la moda del
sombrero enriquecido con nubes de tul o gasa multicolor, vaporosas plumas,
cintas y moños.
En 1805
apareció el sombrero de copa, ideado, según se afirma, por el londinense
Herrington. Suscitó tales polémicas que su creador fue multado por el lord
alcalde.
En la
segunda mitad del siglo XIX comenzó a perfilarse el sombrero femenino moderno,
pero aún prevalecía el gusto por las cintas, las flores y los pequeños velos,
vestigios del siglo anterior. Los gorros al estilo ruso, y el casquito
levantado en la nuca e inclinado sobre la frente, acompañaban las largas
polleras drapeadas y retenidas con polisones. Los comienzos del siglo XX vieron
el auge de los sombreros extravagantes; estas calesitas ambulantes estaban
adornadas no sólo con plumas y flores, sino que llevaban también frutas y
pájaros enteros.
Entre los
hombres, el sombrero de copa fue quedando progresivamente relegado a las
ceremonias. Luego se adoptó el sombrero hongo y el sombrero flexible, y
finalmente nació la costumbre de salir en cabeza.
La moda del
sombrero masculino ha vuelto a surgir, con modelos livianos y blandos, que
permanecen casi estacionarios, mientras la moda femenina no renuncia a la
fantasía, y la inspiración de los modelistas, especialmente en París.