Fregando se me suelta la zapatilla y se cae por el hueco de la escalera, entonces:
¿Qué hacer?¿Bajar descalza de un solo pie y a saltitos los seis pisos, los dos últimos aún mojados y luego volver a fregarlos?
No, pienso yo misma.
Espero y me siento, me saco un cigarrillo y lo enciendo.
El click del mechero hace que no oiga el ligero pock de una puerta al cerrarse.
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Desde que mi primer novio me dió un palizón, porque me da la gana follar con quien me salga del ovario, que fue el único que me dejó el hijolagranputa, no oigo bien. Pero todos son fuertes hasta que se distraen y...
Me bichea la abogada del derecha al llamar al ascensor y me dice que ahí no se puede fumar y que ¿no se lo dijo Eugenio, el portero? Apaga ahora mismo el cigarro.
Pero no lo nombres, cacho puta, que esta haciendo la vendimia en el pueblo y me salen todas las palabras de sopetón y aquí estaba yo sola y llegas tú y me dices lo que tengo que hacer y me levanto y ¡te diré lo que voy a hacer yo!
¡Oye! sin darme cuenta la engancho y mientras veo la zapatilla por el hueco de la escalera, la digo: ¡tú, pabajo con ella!
¡Chicas! ¡Qué peso me quité de encima!
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viernes, 25 de marzo de 2011
jueves, 24 de marzo de 2011
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LA PIEDRA
Cuando llegué a casa de Alberto, me dijo que le acompañara, porque la vecina palmó y, tenía que ver si se había cerrado el gas y el agua.
La casa olía a soledad, a rancio de persona mayor, y en la silla donde se sentaba, a muerto, pues en esa, la encontró la muerte. Alberto me dijo que estaba sola, nadie de familia, pues igual que tú, dije, que aunque tengas a tu hija, te amenazó con irse si no le dabas dinero, y por eso la mandaste a tomar por culo. Mira si quieres algo, porque el nuevo dueño vendrá y tirará todo, pintará la casa, pondrá muebles nuevos y la alquilará. Alberto abrió los cajones y miramos en ellos. Voy a llevarme esta caja con estos libros, las imágenes de las vírgenes y la piedra, le dije.
Pues invítate a una caña, añadí, porque estoy tieso; eso está hecho, dijo Alberto, y le lié un cigarrillo para él y otro para mí.
La piedra la puse encima de la valla del jardín y me olvidé de ella; las vírgenes por toda la casa.
Fue al hacer el huerto, cuando volví a ver la piedra, por un lado cuarzo rojo, por el otro, pegado a él, una especie de grabado en piedra, parecido a celdillas. Me fumé un canuto y con los humos, descubrí de donde salía la piedra.
En el monasterio de Fuentes, abandonado tiempos ha, pegado a la pared más alta del Pirineo aragonés, habitaban cinco monjes.
Ahora eremitas, que, cortándose las lenguas para jamás volver a hablar, llegaron allá para expiar sus culpas, penas dolorosas por matar al pueblo de Ics, ordenado por sus superiores. Dedicaban sus vidas a orar, cultivaban la tierra cercana al río Escrito, y aliviaban las penas de los aldeanos, que llegaban en ocasiones, para que salvaran la vida de algún niño, presa de fuertes fiebres, atender algún brazo o pierna rotos, y en general atender a los necesitados.
Nadie sabía sus nombres, y poco a poco se fue creando una aldea junto al monasterio. Cosa que se supo de inmediato en el castillo del marqués, pues dejaba de ingresar sus diezmos, y sus campos dejaron de ararse. Así que envió a sus treinta mejores hombres, para traer a todos los que allí vivían. Los que no quieran venir les arrancáis las orejas, ordenó.
Poco antes de que llegaran, los aldeanos lo supieron y les dijeron a los monjes: como siempre, el poder debe mandar y el pobre obedecer, y si no tienes na, buena sea la muerte. Se reunieron los cien aldeanos dentro del monasterio y con la ayuda de los monjes…Sobre los arboles unas redes, sobre la senda, unas fosas. Los guerreros del marqués, confiaban en que sería sencillo, más cayeron en las trampas y despojados de sus armas y caballos, los encadenaron en el monasterio.
Lo que ocurrió después ya se sabe, el marqués llamó al duque, coleguilla de pernadas, y juntando un ejército, arrasaron el monasterio, y tras enormes pérdidas de hombres, mataron a los monjes, les cortaron las orejas a los hombres, y a las mujeres las violaron y, una de ellas, presa de dolor, arrancó la piedra que aquí veis, y de padres a hijos, llegó a las manos de la vecina, que murió junto a la casa de Alberto y, la piedra, no tiene poderes, ni falta que hace, porque es bonita y me gusta mirarla. Y como todo, fin.