Señor, este empeño tuyo en venir a mí no acabo de entenderlo. Una de dos o no soy tan mala como pienso o soy peor de lo que creo. Es esto, ¿verdad Señor?, acabo de descubrirlo. Tú viniste a buscar a los pecadores y pecadora soy yo. Cuando hoy el sacerdote te trajo a mi casa, no te esperaba, no me avisaron y el mundo se me cayó encima. ¿De dónde a mí? Nunca, Dios mío, mi "no soy digna" rasgó mi corazón como en ese momento. Me hubiera quedado ahí petrificada, no quería recibirte, mi indignidad subía a mi garganta y a mi boca para rechazarte, no por falta de deseo, inmenso, de comerte, de llevarte dentro, sino porque no podía entender que te prestaras a habitar con la realidad de tu Cuerpo y de tu Sangre, en este pecho pecador, ingrato, tibio, indiferente, desagradecido, miserable, en esta vida mía hecha de quejas, de abandonos, de alejamientos, de no fijeza absoluta en tu divinidad y en tu humanidad, de no buscarte por encima de todas las cosas, de negarte en lo pequeño y querer amarte en lo grande que nunca llega, nunca llegará...
Gracias Señor, por este empeño tuyo en llegar a mí a pesar de mis miserias, a pesar de todo, a pesar de ser Tú el Todo y yo la nada más profunda. Gracias mi Dios y mi Señor...
¡¡Gracias, perdón y ayúdame más!!