¿Por qué cuando me encuentro bien tengo ganas de rezar?
¿Por qué no sé ir a Tí cuando estoy mal?
¿Qué voy a decir cuando esté en tu presencia?
¿Qué pasará si no usas de tu Misericordia conmigo?
Por ver el timón en sus manos
el cielo y las estrellas
soñaron ser navegables.
Redes de nubes tegieron
por simulacro de espuma
y un armonioso silbido
rumor de olas tejía.
Allá...de la mar
en lo hondo de la hondura,
suenan voces de bajura.
¿dónde el aroma y la sal?
Al eco de fuertes bramidos,
galerna fiera se enerva:
resbalan cascadas del cielo;
las ilusiones se escoran,
ceder, ceder...y recalar.
Sólo Neptuno a la mujer:
¡noche de estrellas, brillo de pesca!
lunas de los siete mares,
gota a gota, luz a luz,
viento fuerte de fuerte querer,
espejo de aguas, bello capuz,
mesana firme y velera.
Navegantes ¡soltad amarras!
por el timón en manos de mujer,
de tanto querer, trocaron en mar
camino largo de estrellas.
Escrito en el cielo:
todo al principio fue mar.
¡La mar...al fin mujer!
Nada a babor, nada a estribor,
fijo en sus manos el timón,
bajel de sueños a proa;
Barlovento...
Veinte nudos, !todo avante!
Sólo la Mar y las Estrellas,
se hicieron por tí navegables.
Militos, 8 de octubre de 1991
Gracias, Señor, por confirmar el embarazo de mi hija. Cuídala mucho, a ella y a su hijo. Te hiciste de rogar para traerlo a este mundo, pero no me extraña, ¡es tan grande este misterio de la vida que has confiado al hombre y a la mujer!. Bendito seas , mi Dios, por este regalo que nos hace partícipes de tu Creación. Cuídala y que todo sea segun tu Voluntad. Ha costado tiempo, pero Tú manejas la hora oportuna para cada acción, cada cosa y cada persona.
Gracias, Señor. porque una nueva vida has decidido poner en marcha al cuidado de esta gran familia de la Humanidad. El cielo y la tierra debían unirse en acción de gracias por cada gestación de vida humana, incluso de vida animal. El cielo y la tierra debían unirse en lágrimas por la supresión de cada vida humana.
Un corazón está latiendo con fuerza en un nuevo ser que la ciencia del hombre nos da la posibilidad de descubrir en un cuerpecito diminuto de apenas siete semanas y media. Un nuevo ser que sólo mide doce milímetros y medio, pero de cuyo corazón hemos escuchado su potente latir. Cómo el mío, cómo el de todos los hombres que ya son autóctonos fuera del seno materno. Frente a cualquier aborto voluntario, nos está gritando que una nueva vida se va abriendo paso entre la Humanidad que lo desconoce. Buscando su hueco en el acelerado vivir del siglo XXI.
Y ese corazón desconocido que nadie puede ignorar, es porque Tú, Rey. Señor. Padre, de un Reino ajeno a este mundo, mas en este mundo gestado, lo has decretado en un decreto amoroso de hombre y mujer. Decreto, Señor, que forma parte del amor que un día ya lejano, hiciste que ardiera en mi pecho de casi niña para culminar en este terreno caminar de búsqueda incansable de tu propio camino.
Gracias, padre por la vida y el duro amor que sembraste en mí y que hoy transforma todo dolor en próspera dicha y en más Amor.
Gracias, Señor, por esta nueva vida que viene a mi familia. Gracias, Padre, por la fecundidad a la que ni Tú ni yo pusimos freno en su día.