Te acuerdas?
Tenías entonces siete años y medio y convalecías de una grave enfermedad. Eras un niño alegre y responsable, con una gran imaginación y sensibilidad.
Aquel fin de semana, Sara y Ruben nos invitaron a pasar dos días en su velero. Iríamos por el delta del Tigre, en la desembocadura del Rio de la Plata. - "ya verás que bien le sienta a Pablito el aire del mar"-, había dicho Sara.
Tú estabas pálido y flacucho, pero la idea te entusiasmó. Puedo llevar la guitarra? Y la caña de pescar? Preparamos todo. Gustavo, con sus apenas seis años, quiso llevar su bombo indio y sus soldaditos. Y así, cargados, como si de una gran travesía se tratara, llegamos al puerto para embarcar.
El primer día navegamos por el laberinto de canales que forman el delta.
Ruben y tú intentabais pescar. A veces conseguías sacar algún pequeño pez, pero enseguida sentías pena y lo arrojabas de nuevo al agua. Nosotras charlábamos al sol, en cubierta y Gustavo jugaba, apasionado como siempre, con su colección de soldados e indios.
Al atardecer, con las velas izadas, enfilamos mar adentro. Era una delicia sentir la brisa marina sobre el rostro, mientras el crepúsculo duplicaba todo su esplendor sobre las aguas quietas.
Anclamos lejos de la costa. Después de cenar las ricas empanadas criollas que había preparado la abuela, comer fruta y beber un gran vaso de leche -yo estaba asombrada de vuestro apetito- salimos a cubierta.
La noche era impresionante: arriba la bóveda del cielo insondable, abajo, la inmensidad abismal del mar, sereno, como dormido en su vaivén...
Hacemos un concierto?
Tocabas la guitarra. Gus, seguía como podía el ritmo con su enorme tambor indio. Y todos cantamos. La samba de mi esperanza, la Canción del arriero y un extenso repertorio de temas infantiles: El mundo al revés. El brujito de Gulugú, El jacarandá... nunca tuvieron un auditorio tan selecto y multitudinario: millones de estrellas rutilantes y una inmensa luna de plata, que parecía que iba a descender de un momento a otro sobre el agua.
Cuando llevé al pequeño Gus al camarote, tú emocionado, seguías aún mirando el cielo, con un brillo especial en tus ojos : "mamá, cuando sea grande, quiero ser marinero"...
Luego, mientras te dormías, escribí algo para ti. Así nació, mar adentro, mi primer poema. Pequeño y sencillo como tú. Lo recuerdas?...
Tengo un barco velero / con la quilla ligera /
y velas de ilusión.
En mi barco de vela / surcaré el ancho mar /
con pasaje de estrellas / El viento, el capitán.
Y en lejanos paisajes / de palmeras y sol /
descansaré sin prisa... Y volveré a zarpar.