Esta semana el amigo Demiurgo nos propone narrar un encuentro improbable con alguien de cierta trascendencia. Primeramente se me ocurrió una coincidencia con el inmortal Borges, después cambié de objetivo y me quedé con la inquietud de intentar emular (con todo respeto) la experiencia ficticia que narra en su famoso cuento El otro. Quise incluir en mi relato referencias explícitas a las de su historia pero enmarcadas en mi propia realidad, gesto que pretendió ser sumamente respetuoso. Espero así lo interpreten.
Para leer todos los relatos jueveros participantes, pasar por el blog de Demiurgo.
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(la imagen no resulta muy apropiada con el relato
ya que corresponde a un día lluvioso, pero es de mi autoría)
LA OTRA (con perdón de Borges)
El hecho ocurrió el mes de
febrero de 2020 en la ciudad de Rosario, frente al Paraná. Lo escribí
inmediatamente ya que para esa fecha tenía pendiente participar de un encuentro
juevero cuyo título era “Mi encuentro con…” y la extraordinaria situación me
venía perfecta como excusa para intentar narrar algo medianamente interesante.
Siempre me han atraído las historias cargadas de cierta cuota de irrealidad que
haga sentir que el mundo sigue teniendo esa arista mágica que sólo alcanzamos a
intuir con naturalidad cuando somos muy pequeños y de adultos, tan sólo logramos
percibir si entrenamos mucho los ojos del alma.
Serían las diez de la mañana. Yo
estaba recostada en una banca frente al río dejándome acariciar por la tibieza
de un sol veraniego que no molestaba. A unos quinientos metros a mi derecha se
erguía, aun entre andamios de limpieza, el Monumento a la Bandera, aguardando
sin demasiada expectativa los próximos festejos del año belgraniano.
El agua marrón transcurría sin
más interrupción que la leve estela producida por una lancha que cruzaba hacia
las islas mientras que algunos pocos camalotes se deslizaban corriente abajo.
Como siempre que contemplo un río, la milenaria imagen de Heráclito rescatada por Borges hizo que pensara en el tiempo y su fluir, en la humanidad y su
continuidad a pesar de la mortalidad de cada individuo.
Justo en el instante en que
advertí que una joven se había sentado en el otro extremo del banco, tuve la
certera sensación de haber vivido ya ese momento. La otra, distraídamente se
puso a tararear. Reconocí enseguida la melodía. Se trataba de “Necesito” del legendario Sui Géneris. El
tema me retrotrajo a otras horas de verano, cargadas de viejos
fantasmas. Un sabor agridulce en la garganta coincidió con la humedad de una
lágrima recorriendo mi mejilla. Noté, sin sorpresa y por el rabillo del ojo,
que la otra también lagrimeó.
-Nos pone sensible la misma
música- arriesgué.
-Feliz coincidencia- contestó
casi sin pensarlo.
-Pese a la diferencia de edad-
aclaré como pidiendo disculpas por mis inviernos a cuestas
-El disco (me animé insólitamente
a demostrar lo arcaico del concepto) ¿Te lo regalaron para una navidad?
-Para ésta última- confirmó sin
resultarle prehistórico el término “disco”.
Ahí confirmé que algo en la línea
temporal de nuestras historias se había alterado y en forma tangencial, pasado
y futuro (mi presente) estaban coincidiendo inexplicablemente allí, en ese
banco ribereño jugando con dos momentos de una sola identidad. Esa otra era yo
misma, pero mucho más joven.
Más allá de lo insólito de la
situación, aproveché la oportunidad para recordarme de cerca en mis lozanos
diecisiete años. Noté, en cambio, que la otra mostraba cierta inquietud al
percibirme tan vieja como aún niego verme.
-Perdona que te pregunte, pero
quisiera saber la razón por la que, después de tantos años sigues aquí, frente
al mismo río- buscó averiguar mi antigua versión, motivada por nuestros siempre
presentes deseos de recorrer el mundo.
-Sigo aquí porque éste es mi
lugar, pese a todo. Pero he podido viajar, afortunadamente. Y pienso seguir
haciéndolo mientras pueda- le contesté con la convicción suficiente para
otorgarle la tranquilidad que necesitaba.
- ¿Te arrepientes de algo?- buscó
averiguar sin demostrar que tuviera alguna duda específica.
- De nada importante- le contesté
con total honestidad.
Superada la perplejidad del
primer momento, la otra, desde su juventud de intactos ideales, esquivó la
tentación de averiguar qué alegrías y tristezas le deparaba el futuro. Por la
misma razón yo me negué a brindarle cualquier dato que señalara futuros festejos
y duelos. Tanto ella como yo sabíamos que la vida perdería su sentido si de
antemano conociéramos los resultados de nuestros mejores esfuerzos. Por esa
razón nuestra conversación apuntó a reafirmaciones y recuerdos gratos, jamás a
advertencias o a frustraciones que pudieran detenerla en su derrotero, que,
obviamente, venía resultando ser el mío.
Algo más allá de las diferencias
aparentes nos sostuvo cercanas en ese breve encuentro y me sirvió, más tarde,
para reencontrarme con la raíz que me hace ser quien soy, que quizás de otro
modo, a estas alturas hubiese estado totalmente perdida.