(Enero de 1990, con el Premio Década de los 80 -Galardón de Cieza a la Cultura) -Artículo de Isabel Mascuñán, miembro de La Sierpe y el Laúd desde 1984-
En febrero de 1981 “La Sierpe y el Laúd” publicaba su número CERO, titulado “Trizas (antología breve)”, cuyo autor era el poeta de Cieza, Aurelio Guirao. Un par de meses después encontré, por casualidad, aquel libro en casa de una amiga; y como ella no era aficionada a este tipo de lecturas me permitió que yo lo conservara para siempre.
Aquel número cero, redondo en su perfección, me sorprendió por su poesía, auténtica en su discurso, tremenda, exquisita en su expresión. Sin embargo, del poeta ciezano no conocía más que aquellos datos biográficos reseñados en el libro.
Meses después, al iniciar mis estudios de Bachillerato, Aurelio Guirao se presentó como mi tutor y profesor de Francés. También estuvo en ese equipo docente Bartolomé Marcos -cuyo nombre para mi era familiar porque había prologado el libro de Aurelio-, que sería aquel año mi profesor de Lengua y Literatura.
Bartolomé Marcos me conoció lo suficiente como para saber de mi afición a la escritura, de ahí que fuese él quien años más tarde me propusiera formar parte de aquel grupo llamado “ La Sierpe y el Laúd”, y que éste me admitiera en su seno.
Asistí a las primeras reuniones en el año 1984 y conocí a los que en ese momento eran miembros del grupo: Ángel Almela, Manolo Dato, Pascual Martínez , Pascuala Sánchez (Pascual y Pascuala habían sido compañeros de clase durante el Bachillerato), Pedro Luis Almela, Francisco Pino, Pascual Lucas, Jesús Alejandro Salmerón, Carmen Carrillo, Bartolomé Marcos y , como no, Aurelio Guirao. De nuevo estaba junto a él y en esta ocasión, como compañero y amigo, me volvió a cautivar, ya para siempre. Aurelio era una persona que deslumbraba por su sencillez y sabiduría, y al que le hacía más grande su afán por pasar desapercibido.
De todos aprendí algo y, con ellos, empecé a disfrutar de la literatura; me contagiaron las ganas de sacar adelante la Revista La Sierpe y el Laúd que yo consideraba ya como algo mío. Teníamos que sortear, a base de imaginación, las zancadillas que la precaria economía nos ha acompañado siempre. Recuerdo algunas de las reuniones en casa de Aurelio para ultimar el diseño de algún número de los Suplementos de la Revista, cuyas ilustraciones iban desde sencillos dibujos o fotografías hasta los discretos y conocidos “collages”, siempre en blanco y negro, pues sólo nos permitíamos publicar a color las Portadas.
Cuando Antonio Piñera se unió al grupo, en la primera parte de los 90, cambió por completo el aspecto de las publicaciones, no sólo porque contáramos con la ayuda de una imprenta cuyos medios se habían modernizado sino, además, porque Antonio, en su gusto por la sencillez en el diseño, supo imprimir a las publicaciones de la Sierpe y el Laúd un estilo sublime, que llama la atención si echamos un vistazo a cualquier publicación de los últimos años.
Pero con más o menos medios, en esta trayectoria apasionante, quien ha estado al frente del Grupo, incansable siempre, atando cabos para tirar un poco de todos nosotros, ha sido Ángel Almela. Su esfuerzo hizo posible que, después de la muerte de Aurelio Guirao, a pesar de pasar tres años en silencio, el Grupo de Literatura volviera a implicarse en nuevos proyectos. El último que llevamos entre manos, la colección de libros ACANTO, es el proyecto que ahora ilustra nuestro trabajo literario.
Cuando pienso hoy, en este año que celebramos nuestro 30 aniversario, en todos estos años que he pasado junto a “La Sierpe y el Laúd”, tengo que acordarme de los compañeros que estuvieron y se fueron un día, de los que no están y siguen vinculados a nosotros, y de los que llegaron después, como Juan A. Piñera, que apareció un verano de hace cuatro años y es como si hubiera estado siempre con nosotros.
Aquella tibia sobre fondo sepia que asomaba a la portada del número CERO de “La Sierpe y el Laúd” acabó siendo parte fundamental de ese cuerpo que es hoy el Grupo de Literatura. Y ese cuerpo, con sus treinta años de historia, conserva en la memoria a aquellos que de forma desinteresada nos ofrecieron su música para los recitales, su pintura o su fotografía para nuestras portadas, sus escritos para nuestras publicaciones... Están aquellos escritores que aun siendo consagrados aceptaron colaborar con nosotros (Miguel Delibes, Fernando Savater, José Luis Alonso de Santos, Pedro Cobos, Francisco Torres Monreal, Javier Villán, Carlos Murciano, Alfonso Martínez Mena, Juan Pastor, Salvador Pérez Valiente, Dionisia García,…) y aquellos grandes desconocidos que la enriquecieron igualmente con su modesta aportación: poetas, novelistas, pintores, amigos todos que ayudaron a que este cuerpo creciera y su nombre se oyera un poco más alto cada vez. A los que había que añadir a los amigos que una y otra vez acuden a nuestras Presentaciones, Recitales o Actos culturales, fielmente.
Y claro, en el anonimato están, a nuestra sombra, aguantando siempre las peroratas, literarias o no, acudiendo a nuestros recitales como espectadores fieles, en aforos no siempre llenos, están también, como digo, los que llamamos cariñosamente “cónyuges”, porque, además, es que lo son, que siempre siguen a La Sierpe y el Laúd. Para ellos también, porque se lo merecen, este humilde recuerdo y agradecimiento.