"Es curioso no lo había planeado así, pero hoy hace justo un año de mi última entrada.
La última entrada trataba sobre el relato del Carcelero, así que seguiremos con su historia.
Espero que os guste.
-El carcelero"
LA PUERTA NEGRA
Se levanto somnoliento.
Miró hacia la ventana y al pasillo que había detrás y suspiró profundamente.
Volvió su cabeza hacia la puerta cerrada y se dirigió hacia ella. La abrió lentamente y se internó en los oscuros pasillos de la fortaleza buscando la entrada de la habitación del trono.
Recorría las celdas mostrando indiferencia hacia los gritos de auxilio y desesperación que salían de ellas.
Al doblar un recodo se encontró con una puerta.
Bien, pensó.
A ver lo que me depara este maldito lugar. La abrió esperando encontrarse con su amo sentado en el trono pero otra vez la fortaleza o la voluntad del niño le habían vuelto a sorprender. La puerta daba a una enorme sala. A diferencia del resto de la cambiante fortaleza que estaba construida con unos ladrillos de color negro o gris apagado la sala los tenia de un color verde malsano y estaban en muy malas condiciones. Al fondo de la sala que debía medir unos sesenta metros, alumbradas por unas enormes hogueras hechas en el suelo, las cuales no despedían humo, había una colosal puerta de unos seis metros de alto por cuatro de ancho y guardándola una docena de guardias de armadura negra.
Como siempre una voz le sobresalto por detrás.
-Has llegado justo a tiempo.
El carcelero se dio la vuelta y vio al niño sonriéndole. Dudó un momento aunque luego se atrevió a preguntar.
-¿Para qué?
-Ya lo veras… Ya lo veras. Ahora entremos.
Se dirigieron con paso lento a la puerta. Mientras andaban, el carcelero se dio cuenta de que entre las sombras se movían figuras y en algunas se reflejaban el fuego de las hogueras. Más guardias.
Al llegar a las hogueras se dio cuenta de que eran alimentadas con despojos humanos. Torsos, brazos, piernas y cabezas ardían de una manera sobrenatural alumbrando la colosal puerta. Era totalmente negra, pese a que el oxido la cubría parcialmente. No tenía ningún adorno..
Los guardias se apartaron dejándolos pasar. Todos tenían marcas de haber pasado por las expertas manos del niño.
-¿Te gustaría hacer un viaje?
El carcelero miró al niño con temor.
-¿A dónde mi señor?
El niño le respondió con un tono irritado.
-Al infinito, a tu mundo, a tu alma… o a otro pasillo oscuro. ¿Qué más da? La cuestión que de verdad importa es ¿Te gustaría hacer un viaje?
La respuesta le había cogido por sorpresa, pese a ello no le había respondido nada. Típico por otra parte de la forma de ser del niño. ¿Lo que habría detrás de la puerta sería peor que lo que ya conocía? No lo creía… o si. El niño ya le había hecho buscar un sustituto por lo que si no emprendía el viaje su futuro era incierto. Lo mismo que si atravesaba la puerta. ¿Futuro? En ese lugar no existía el futuro. No existía la vida solo le rodeaba la muerte, la desesperación, el odio, la tortura, la agonía…
-Sí. Consiguió decir apenas susurrando.
El niño le cogió de la mano suavemente.
-¡Abrid las puertas!
Los guardias se movieron hacia una enorme rueda metálica que había cerca de la puerta en el suelo. El carcelero se sorprendió al no haber visto aquella enorme rueda antes. Ocho de los guardias agarraron la enorme rueda y la giraron lentamente.
La puerta retumbó. Se estremeció. Cayó polvo de las juntas y con un chirrido infernal se puso en movimiento. Se abrió lentamente, hasta que sus dos hojas tocaron la pared.
El carcelero que había cerrado los ojos ante el temor de la visión de algo nuevo, los abrió de golpe con el retumbar de las puertas al chocar contra la pared.
Ante él se abría el lugar más extraño que había visto en su vida y muerte.
Las puertas daban a una caverna que se perdía en la oscuridad, ya que solo la alumbraban las hogueras de la entrada en el reino del niño. Pese a esa poca luz podía ver las paredes y el techo de aquel extraño lugar. Parecían hechas de carne y recubiertas de piel humana. Incluso el suelo tenía esa textura.
El niño cruzó las puertas, él lo siguió cogido de la mano. Ahora pisaban la caverna y sus pies se hundían un poco, ya que el suelo estaba blando como la carne.
-¿Qué te parece?
-No se… mi señor… yo…
El niño le soltó de la mano y lo dejó justo en la entrada mientras se volvía hacia su reino.
Y justo al entrar de nuevo se giró sonriente.
-¡Cerrad las puertas!
-Pero mi señor… Aun sintiendo que iba a ser abandonado no se atrevió a avanzar ni siquiera un paso hacia el niño.
-No me defraudes.
Fue lo último que escuchó entre el retumbar de la puerta cerrándose y sus propios pensamientos de temor.
Con un estruendo parecido a un trueno la puerta se cerró y lo dejó solo en la más absoluta oscuridad.
Tanteó la puerta, fría y silenciosa.
Durante unos momentos no supo que debía hacer.
Después con un suspiro de resignación se giró y palpando la pared se internó en aquel desconocido lugar.
Y aquí lo dejamos por hoy...