Todos queremos más:
“El que tiene un peso quiere tener dos; el que tiene cinco quiere tener diez;
el que tiene veinte busca los cuarenta y el de los cincuenta quiere tener cien.”
Canción de mi infancia.
En mi infancia en mi país corría, cuando corría, la peseta, por lo que se deduce
que el autor de esta canción había nacido en cualquier lugar remoto al sur del
Río Grande.
Al norte del Río Grande y a partir de mil continua la segunda estrofa de la
canción siempre duplicando el verso anterior pero en dólares y en inglés.
No está al alcance de cualquiera su traducción. Para comprenderlo hay que tener
como mínimo apellidos que empiecen por Rot o por Rock.
En mi infancia en mi país corría, cuando corría, la peseta; que todo hay que
decirlo: muchas veces no corría y, cuando corría, corría demasiado porque tan
pronto como entraba por la puerta salía por la ventana y apenas nos daba tiempo
de verle la cara; todo lo más la cruz. Tampoco es que hiciera mucha falta vérsela.
Nos la conocíamos todos. Salía hasta en el NODO, especialmente en el NODO.
La verdad es que en esa época todos nos conocíamos las caras.
Y muy bien; demasiado bien; éramos pocos; no llegábamos a treinta millones en
total. En mi barrio menos y en el pueblo no te digo; para qué te voy a contar.
En mi calle las que corrían o circulaban eran las canicas de barro cocido; era
el juego rey por excelencia entre los chicos; las chicas se dedicaban a
intercambiar cromos. El nuestro era un juego de niños; jugábamos a ganar y
perder; ellas también.
Luego cuando crecimos quisimos seguir jugando y conseguimos ser unos grandes
perdedores al igual que en nuestra infancia porque con las canicas sucedía lo
mismo que con los pesos de la canción:
El que tenía una canica quería tener dos; el que tenía cinco quería tener diez
y así había algunos que iban con una bolsa de tela hecha por su madre para
transportarlas porque habían ganado tantas que ya no les cabían en los
bolsillos. Además, los bolsillos tenían cierta tendencia a dejarse hacer
agujeros y se iban perdiendo por ellos gran parte de lo ganado para beneficio
de los perdedores que iban caminando detrás y de vez en cuando se encontraban
alguna para volver a empezar. !Vamos! Como en la vida misma. Hay cosas que no
cambian ni con el paso del tiempo.
Hoy, con el paso del tiempo y a tiempo pasado, he llegado a pensar si aquellas
canicas de barro cocido, de tierra cocida, no serían planetas de tierra cocida
en horno de alfarero con las que los niños dioses o los dioses niños jugaban
para entretenerse y no aburrirse dejando pasar su infancia medida y
contada en eones y cada canica poblada por seres minúsculos invisibles por su
tamaño, su pequeñez e insignificancia a la vista de los niños dioses, creyéndose
los únicos pobladores y reyes de su único universo, de su única canica.
¡En fin! Como la vida misma.
P.D: En la matemática de la vida como en la de la ciencia se puede observar
claramente que el cero, aunque se multiplique por dos cuantas veces se pretenda
el resultado final siempre será el mismo, es decir, cero, independientemente de
que la unidad de medida se llame peso, peseta, dólar o canica.
¡Vamos! Como la vida misma.
Una última reflexión:
A la vista de que el teorema de "Multiplícate por cero" funciona a la
perfección con independencia de la unidad a la que se aplique, podríamos
hacerlo extensivo, para que no todo sea negativo, a unidades tales como juicios
de valor, censuras, prejuicios, insultos, condenas, ataques verbales, desplantes,
castigos de indiferencia, incluso halagos inmerecidos, etc.
Hay mucho donde elegir.
Hay también quien dice que: "Querer es poder".
¡Feliz Navidad!