Al cuarto día me dediqué, como de costumbre, á prepararlo todo, con la largueza de siempre, y aún más todavía, por tener que recibir á una persona extraña. Y apenas puesto el sol, vi llegar á mi ami- ga acompañada por otra joven que venía envuelta en un velo muy grande. Entraron y se sentaron. Y yo, lleno de alegría, me levanté, encendí los can- delabros y me puse enteramente á su disposición. Ellas se quitaron entonces sus velos, y pude con- templar á la otra joven. ¡Alah, Alah! Parecía la luna llena. Me apresuré à servirlas, y les presenté las bandejas repletas de manjares y bebidas, y empezaron á comer y beber. Y yo, entretanto, be- saba á la joven desconocida, y le llenaba la copa y bebía con ella. Pero esto acabó por encender los celos de la otra, que supo disimularlos, y hasta me dijo: «¡Por Alah! ¡Cuán deliciosa es esa joven! ¿No te parece más hermosa que yo?» Y yo res- pondi ingenuamente: «Es verdad; razón tienes.»> Y ella dijo: «Pues cógela y ve á dormir con ella. Así me complacerás.» Yo respondi: «Respeto tus órdenes y las pongo sobre mi cabeza y mis ojos. >> Ella se levantó entonces, y nos preparó el lecho, invitándonos á ocuparlo. Y después me tendi junto á mi nueva amiga, y la poseí hasta por la mañana.
Pero he aquí que al despertarme me encontré la mano llena de sangre, y vi que no era sueño, sino realidad. Como ya era de día claro, quise desper- tar á mi compañera, dormida aún, y le toqué lige-