Puede que allí, en el Barrio de la Alegría, donde yo pasaba mis vacaciones de Semana Santa, porque eran cortas y mejor no ir y volver hasta Pardilla, después de convivir algo más de medio curso, con las monjas agustinas en pleno barrio de Salamanca; puede que allí , repito, en este mísero barrio a las afueras de la ciudad, varias veces me cruzara con alguna Petrita, que vivía con su hermana Rosa, el marido de esta , guarda urbano comilón, bebedor y tripudo, que junto a su numerosa prole, habitaban en alguna de las incontables casas bajas, de este barrio con calles en pendiente y embarradas, por donde bajaba el agua con un color muy especial, entre gris y azulado, porque hasta allí, no habían llegado las alcantarillas y el agua clara, para poder beberla, se llenaba con un botijo en la fuente. Quizás por eso, yo veía en mi trotar de cuestas, cómo las mujeres lavaban los cacharros y la ropa en el triste e insólito arroyo, donde existían pocos árboles y demasiada miseria.
No es de extrañar que cualquiera de las Petritas de entonces que por allí transitaban, en este barrio periférico y otros muchos que rodeaban la ciudad de Madrid, buscase con ahínco a un Rodolfo, bueno y calzonazos, rondándole el hambre a todas horas, con un empleo donde un jefe le explotaba en su trabajo de lo más variopinto, un día sí y otro también; para que las liberara del infierno donde andaban metidas y soñaran con ese pisito que tanto costaba encontrar en la capital de España allá por los años 50 y 60 del siglo pasado.
En principio y visto desde nuestra actualidad, parece algo disparatada la idea del casamiento de Rodolfo con la octogenaria doña Martina, pero hay que verse en los estados límites, para que la imaginación llegue a lo surrealista e insospechado. Es la propia necesidad y el ansia de salir de las miserias que la vida nos tiene reservadas, la que nos lleva a desear una tragicomedia, con un sabor a ironía ácida, como es esta obra tan genial del gran Azcona.
Y aunque no os lo creáis, sé de lo que escribo, porque yo acabé con mis dieciséis años y con mi título de bachiller superior recién sacado, por las calles de Madrid, en especial el céntrico Barrio de Bilbao, sola, yendo por las casas, piso a piso, puerta a puerta, como vendedora de perfumes, porque tenía que sobrevivir en tiempos de la dictadura franquista, donde cada uno hacia lo que podía y le daban de sí sus entendederas.
(c) Luz del Olmo
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