Me contaban, no sé si será
cierto, porque la mitad de las cosas que recuerdo (de derecho y de la vida)
están derogadas, que una cosa es la antijuridicidad de la conducta y otra el
reproche social de la conducta antijurídica. Es decir que algunos delitos
aparentemente muy graves son atenuados por la sociedad que los comprende y por
el contrario, en otros casos, la sociedad asigna un especial reproche por
circunstancias concurrentes que agravan.
En esta sociedad acusadora en la
que vivimos; en esta sociedad tan dada a levantar el dedo acusatorio al menor traspiés
con el enemigo y al tiempo tan condescendiente con los desvaríos de los propios,
El extranjero de Camús adquiere, en lo que yo lo veo, una nueva actualidad. La
gente no tiene que actuar tanto como dice la norma sino como el juzgador espera
que se comporte. Los buenos no hacen nada malo, los malos no pueden hacer nada
bueno. Hablando de franceses me viene a la canción mi querido George Brassens
cuando en La mala reputación decía aquello de les braves gens n'aiment pas que,
l'on suive une autre route qu'eux.
Al “buen ciudadano” que llora en
el entierro de su madre, odia a los enemigos de la patria, cumple como losenanitos buenos que van a trabajar aiho aiho (un recuerdo a La polla record) se
les puede comprender todo incluso que descerrajen un tiro entre cejas a un
cabrón que les altera la paz dominical. Sin embargo, odio eterno y ley
preventiva de vagos y maleantes al que no cumple con los ritos de ciudadano
ejemplar y tiene amigos inadecuados. Los ciudadanos tenemos que llorar cuando nos dice el gran hermano y sonreír
cuando nos regalan cuarto y mitad de felicidad. El insensible es castigado,
mejor dicho, el que no exterioriza correctamente los sentimientos que corren
por dentro y agradan a la sociedad.
La sociedad prefiere el
arrepentimiento público, que la exigencia de pena. Arrepiéntase por sus actos y
vuelva a ser un ciudadano ejemplar. Examen de conciencia, dolor de los pecados,
propósito de enmienda y ya si eso, cumpliremos una pequeña penitencia. Pero
sobre todo golpe en el pecho y acto de contrición. Y eso es lo que no comprende
el protagonista, no se revela, sino que su manera de ser feliz es una molesta
apatía, una neutralidad emocional que se interpreta como un actuación antisocial.
La sociedad no entiende a personajes que no elijan un dios al que rezar, un
político al que adorar ni un líder al que seguir; estos elementos son
sospechosos. Prefiero que adores a otros dioses y que hagas seguimiento de mi
adversario a que no quieras nada y le pegues una patada en el culo al cura que
te vende tres nubes de cielo. La gente odia a Bartleby cuando dice aquello de “preferiría
no hacerlo”.
No había leído nada de Camus, suegro
putativo del peor presidente de la historia contemporánea de España hasta 2018,
Casares Quiroga. Por cierto, que tiene una circunstancia vital muy en la onda
de Mersault (protagonista del extranjero) cuando la noche del 17 de julio del
36 le dicen “señor presidente el ejercito se ha levantado” y el dice “si ellos
se han levantado yo me voy a acostar” luego vinieron un millón de muertos y cuarenta
años de tono gris gracias en parte a su indiferencia y apatía.
Me lo he leído porque mi querida AlmaBaires recabó mi opinión en no sé que extraña confianza en mi crítica. Seguramente
le habré desilusionado. El libro deja gotas filosóficas interesantes, se deja
leer y es corto, pero a mi entender sin más. Igual en francés aporta matices
estéticos que yo no he sabido descubrir en español, pero ni mucho menos para
tanta fama. Igual es que me cuesta comprender a Mersault, el protagonista y su
particular opción en la vida. Tampoco veo por ningún lado esa filosofía del
absurdo vital, más bien una visión propia de la existencia alejada de jueces
morales ni obispos.