sábado, 2 de noviembre de 2024

Dias de otoño

Es difícil, cada otoño, 

ver deshojarse los días 

en esta mezcla de belleza caduca

que precede al invierno 

No sé,

es una suerte de perplejidad humilde ante lo inmenso

que asusta y acuna a un tiempo

es una necesidad imperiosa 

de olor a leña y abrazo lento.

 

 





 






martes, 29 de octubre de 2024

Un día sin mí.

Hoy es viernes y la habitación se llena de un silencio transparente. El móvil me amenaza con contarme deberes de una agenda imposible. Lo ignoro y me enrolo en imaginaciones llenas de palabras que me presta el último libro que me estoy leyendo. Abro mi cuaderno y escribo, no tanto para recordar como para poder olvidar todo lo que me inunda la cabeza y dejarme caer en una intrascendencia matutina lenta y melosa.

De vez en cuando es necesario un día de paréntesis, una mañana desprogramada en casa para pensar despensando. Tan solo ver como juegan los rayos de sol mentirosos y otoñales con los cuadros de la pared mientras la vida laboral debe discurrir por fuera sin enterarte en un universo lejano e ignorado. 

Es como aquellos días escolares que por una mala gripe o cualquier otra contingencia te dejaban en casa de mañana. Veías asombrado y asomado a la ventana como corría la vida real del barrio que siempre ignorabas por estar en el colegio. Veías al cartero con su carro, los camiones de descarga para el mercado, las madres (en aquellos tiempos madres) con carritos de niño volviendo de la compra y los mayores llenando el tiempo con recados sin importancia.

Me dan miedo estos tiempos que corren con esta rutina frígida y amarilla; me da miedo el futuro pillado por los pelos; decía el filósofo Edgar Morin que somos pequeños islotes de seguridad en un océano de incertidumbre. Cada decision parece a vida o muerte; cada evento es el partido del siglo en esta labor de periodistas deportivos: los chavales que creen elegir su futuro por optar por unos estudios u otros; las abuelas que viven en ese complicado funambulismo entre el aquí y e allá y nosotros en esta ansiedad de peligros predichos por economistas vestidos de adivinos que nos quitan el aire.

Dejo el lápiz y de forma instintiva, echo mano al movil que no está porque lo tengo lejos y sin voz. Qué mierda de adicción perturbadora que me tutela y controla de forma asíncrona y a distancia. Dejo el aparato en el cargador silenciado hasta la hora de comer, si estoy de dia de vacaciones lo estoy, me digo. Que extraña y gustosa sensación de sentirse prescindible, que humilde satisfacción de irrelevancia tras tantos meses con plazos perentorios y pretenciosamente vitales. 

Que visión extraña contemplar desde fuera la vida sin mí. Como el tiempo que llevo sin actualizar el blog y leyendo mi ausencia en blogs ajenos.



sábado, 26 de octubre de 2024

Volvemos al blog o qué??

No hacen falta grandes profundidades para escribir de nuevo, solo y nada menos que sentarse y darle a la tecla. Ayer, el ayer de hace tres semanas, sin ir más lejos, anduve por los madriles sin más excusa que gastar dos días y cambiar de aires con mai guaif. Un billete de compañía barata, el hotel de siempre por Tetuan y ganas de andar a pesar de una microrrotura de fibras que me atosiga desde que hace una semana me dio por regresar al deporte del trote cochinero con infaustos resultados.

La gente de provincias imaginamos una vida excepcional por esas calles capitalinas de monopoly sin darnos cuenta de que la vida suele ser igual en todas partes convertida en rutina y que solo se hace especial cuando la recreas con emociones y vivencias para recordar. "Vivir consiste en construir futuros recuerdos" decía con razón Sábato en El tunel. 

De esta excursión tardoestival (o quizás preotoñal) me llevo un desayuno sentado al sol de media mañana y dos carajillos de trasnoche en el Libertad 8, templo de cantautores con pintas de bar universitario en donde dicen haber actuado lo más selecto de la música de guitarrica y mensaje intenso. Ya sabéis mi proclividad por estas coplillas, así que me hizo mucha ilusión subir al escenario donde se iniciaron Drexler, Ismael y otros varios. (Lamento desilusionaros si me habéis imaginado tarareando a Jara y aclamado por masas de sobrinos de joan baez, solo subí a cargar mi movil en una regleta del escenario y ya que estaba allí pedí permiso para hacerme tres fotos mientras prometedores trovadores entonaban canciones de regalo en las mesas colindantes).

También nos hicimos los culturetas visitando un museo que no conocíamos (Lázaro Galdiano) y yendo al teatro a una obra que nos recomendó la egregia Molinos: El nadador de aguas abiertas, que por cierto nos gustó mucho. Comimos callos, (bueno comí), compramos libros en la cuesta Mollano (bueno compré) y paseamos (los dos) por calles estrechas del Madrid viejo para llegar al bar donde hace casi treinta años, con la misma compañera y miaja más jóvenes, aterrizaba mis sueños judicantes en el suelo tras innumerables botellas de sidra escanciando desilusiones. Veintitantos años después, seguimos cambiando de estación abrazados en este trasiego de ir viviendo con transbordo en Sol.

A mi me gustan los barrios, sean de la ciudad que sean, no entiendo el unifamiliar en las afueras. El ruido de persianas que suben y bajan; la conversación con el vecino, la mirada a la mama del parque, el perro meón y el niño que jode con la patineta cada tres minutos. Me gusta callejear por ciudades respirando relajado lo cotidiano. Hoy me decía un amigo laboral que si tuviera más ambición llegaría a no sé donde, le he contestado que realmente tengo ambición, pero mi ambición es poderme sentar en la playa fría de noviembre a ver el mar, marcharme a mi rincón perdido del pirineo a ver el otoño amarillear y andar callejeando en esta ciudad gusanera que de vez en cuando pinta los cielos de naranja mientras veo y discuto en el futbol con mis adolescentes.


martes, 27 de agosto de 2024

El extranjero Albert Camus Opinión y crítica La moral esperada.

Me contaban, no sé si será cierto, porque la mitad de las cosas que recuerdo (de derecho y de la vida) están derogadas, que una cosa es la antijuridicidad de la conducta y otra el reproche social de la conducta antijurídica. Es decir que algunos delitos aparentemente muy graves son atenuados por la sociedad que los comprende y por el contrario, en otros casos, la sociedad asigna un especial reproche por circunstancias concurrentes que agravan.

En esta sociedad acusadora en la que vivimos; en esta sociedad tan dada a levantar el dedo acusatorio al menor traspiés con el enemigo y al tiempo tan condescendiente con los desvaríos de los propios, El extranjero de Camús adquiere, en lo que yo lo veo, una nueva actualidad. La gente no tiene que actuar tanto como dice la norma sino como el juzgador espera que se comporte. Los buenos no hacen nada malo, los malos no pueden hacer nada bueno. Hablando de franceses me viene a la canción mi querido George Brassens cuando en La mala reputación decía aquello de les braves gens n'aiment pas que, l'on suive une autre route qu'eux.

Al “buen ciudadano” que llora en el entierro de su madre, odia a los enemigos de la patria, cumple como losenanitos buenos que van a trabajar aiho aiho (un recuerdo a La polla record) se les puede comprender todo incluso que descerrajen un tiro entre cejas a un cabrón que les altera la paz dominical. Sin embargo, odio eterno y ley preventiva de vagos y maleantes al que no cumple con los ritos de ciudadano ejemplar y tiene amigos inadecuados. Los ciudadanos tenemos que llorar cuando nos dice el gran hermano y sonreír cuando nos regalan cuarto y mitad de felicidad. El insensible es castigado, mejor dicho, el que no exterioriza correctamente los sentimientos que corren por dentro y agradan a la sociedad.

La sociedad prefiere el arrepentimiento público, que la exigencia de pena. Arrepiéntase por sus actos y vuelva a ser un ciudadano ejemplar. Examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de enmienda y ya si eso, cumpliremos una pequeña penitencia. Pero sobre todo golpe en el pecho y acto de contrición. Y eso es lo que no comprende el protagonista, no se revela, sino que su manera de ser feliz es una molesta apatía, una neutralidad emocional que se interpreta como un actuación antisocial. La sociedad no entiende a personajes que no elijan un dios al que rezar, un político al que adorar ni un líder al que seguir; estos elementos son sospechosos. Prefiero que adores a otros dioses y que hagas seguimiento de mi adversario a que no quieras nada y le pegues una patada en el culo al cura que te vende tres nubes de cielo. La gente odia a Bartleby cuando dice aquello de “preferiría no hacerlo”. 

No había leído nada de Camus, suegro putativo del peor presidente de la historia contemporánea de España hasta 2018, Casares Quiroga. Por cierto, que tiene una circunstancia vital muy en la onda de Mersault (protagonista del extranjero) cuando la noche del 17 de julio del 36 le dicen “señor presidente el ejercito se ha levantado” y el dice “si ellos se han levantado yo me voy a acostar” luego vinieron un millón de muertos y cuarenta años de tono gris gracias en parte a su indiferencia y apatía.

Me lo he leído porque mi querida AlmaBaires recabó mi opinión en no sé que extraña confianza en mi crítica. Seguramente le habré desilusionado. El libro deja gotas filosóficas interesantes, se deja leer y es corto, pero a mi entender sin más. Igual en francés aporta matices estéticos que yo no he sabido descubrir en español, pero ni mucho menos para tanta fama. Igual es que me cuesta comprender a Mersault, el protagonista y su particular opción en la vida. Tampoco veo por ningún lado esa filosofía del absurdo vital, más bien una visión propia de la existencia alejada de jueces morales ni obispos.

miércoles, 31 de julio de 2024

En medio del mar cotidiano

Cada tarde es distinta aunque parezca la misma,

todo parece profundo aunque te encuentres en la orilla. 

El atardecer suave hecho de viento tibio se disfraza de postal repetida

y sin quererlo se hace cotidiano, como sin importancia.

Qué sorprendente la hermosa rutina de irse el sol cada día en naranja y añil y volver al día siguiente.

Amanece, que no es poco.

Quiero conservar la capacidad de asombro cada atardecer al ver apagarse el sol naranja junto al mar. Resistirme a hacer cotidiano lo extraordinario como el que vive frente a la catedral.