Ayer, en una mañana soleada de noviembre, paseo por la parte alta, en buena compañía.
-Mira, Paola, esta hendidura del arco de San Martín es la medida de la vara castellana; por aquí entrarían a la ciudad vendedores ambulantes que, tal vez, no estaban muy seguros de la longitud de una tela, una soga ... Recuerdo que, cuando yo era pequeña, estaba pintada de azul y me decían que ahí estaba la Tizona, la espada del Cid. Yo lo creía, aunque me parecía raro.
-¿El Cid? Mira, tita, en ese monumento dice: "al moderno Cid castellano".
-Se refiere al Empecinado, un guerrillero de la guerra de la Independencia, la patria le pagó muy mal los servicios; fue ahorcado en Roa, acusado de ser liberal y no absolutista. Cuando cambiaron las tornas, mira la fecha, enterraron aquí sus cenizas, con todos los honores. Los honores siempre llegan tarde.
Monumentos no faltan aquí, ese arco está dedicado a Fernán González, otro héroe de leyenda, el de la independencia de Castilla. La cigüeña le hace los mejores honores.
Vamos con el Cid, que todavía no he visto el mural de la semana cidiana, en la calle Álvar Fáñez, por aquí cerca ¿no?
-Sí, a un paso. Salimos de la calle Fernán González y subimos hacia la puerta de San Gil, a la izquierda.
-Otro Cid. Estamos en Burgos. ¿Quién era Rodrigo Díaz de Vivar, el de carne y hueso?
Seguimos por la calle Avellanos, nos sentamos en una terraza, hay que aprovechar mañanas así; que aquí cuando bajan las temperaturas bajan de verdad.
Ya ve, Sor Austringiliana, una mañana de sol y un paseo en buena compañía, recordando a los héroes.
Sí, tiene usted razón, los mayores héroes son los de las luchas de cada día.
Gracias a Paola y a José Manuel.
María Ángeles Merino