No solo
cerró la maleta aquel día, fue algo más que un simple gesto. No guardó los
recuerdos bajo sábanas blancas, los lanzó junto con la llave al pozo del olvido.
No se despidió del lugar con un hasta luego, fue un adiós en toda regla. Se
marchó. Y al hacerlo dejó atrás una vida cómoda, zambulléndose de pleno en la
aventura del no saber qué pasará mañana.
Alcanzó
su abrigo para cubrir el frío que empezaba a instalarse en su cuerpo. Sabía de
antemano que pasaría mucho tiempo antes de entrar en calor, las prendas no le aportarían
la calidez necesaria para caldear su corazón.
Se
arriesgó al cerrar la puerta tras de sí. Perdería la mirada de aquellos ojos,
la misma que un día consiguió enamorarla locamente. No sabía dónde depositaría
sus manos a partir de ahora, sus labios, sus ojos y sus abrazos ¿A quién
dedicaría sus palabras, su música y su amor?
No importaba a quién pertenecería su cuerpo casi
marchito. Solo pensaba en respirar a bocanadas, hinchar los pulmones, respirar,
respirar.
Cogió
un tren con destino a ninguna parte. Sin importarle lugar solo llegar para
empezar de nuevo. Olvidó que los jirones del alma se cosen a besos. No tenía
prisa en encontrar un sastre para sus remiendos. Se dedicó a hilvanar, sería
más fácil en caso de deshacer.
Perdió
el mapa para no volver atrás.
Era eso
o seguir muriendo.