La
encontré apoyada en la esquina, jugando con el humo de un cigarro y apostando
el equilibrio contra unos tacones de vértigo. Su mirada mezclaba apatía y
pereza a partes iguales, desidia rezumaban los poros de su piel, indiferencia a
cada golpe de melena, eso y el alto porcentaje de alcohol en sangre me separaba
de ella.
Me
abordó con palabras de vieja sirena curtida en nadar a contra corriente. Su
invitación no era más que la suma de frases aprendidas en las noches de tragos
amargos. Mi lengua pastosa y pesada se encasquilló como una desusada arma, la
garganta se cerró sin dejarle paso al aire, mis movimientos toscos y
arremolinados acabaron con mi osamenta por los suelos. La risa floja se apoderó
de mí y esa misma flojera hizo que la imagen pareciera ridícula y grotesca a la
vez.
Molesta
por la visión me mandó más allá de donde el viento da la vuelta dos veces. Con
la decisión tomada de que iba a dejarme en ese estado, tomó calle abajo. Grité
su nombre. Fue como si pulsara el botón que detuviera sus pasos al instante. Vi
cómo se giró con la incredulidad reflejada en su cara, y restó los pocos metros
que nos separaban. Su boca dejó escapar palabras que ya no pude oír. Perdí el
conocimiento.
La luz
del sol entraba rabiosamente por la ventana del salón. No reconocí el lugar y
eso me produjo un estado de inquietud. La resaca era monumental, la noche
anterior me propuse beber hasta perder el control, no pude negar que lo
conseguí.
Sonó mi
nombre desde el fondo del pasillo seguido de su imagen. El olor a café lo
envolvía todo, de no ser así hubiese creído que estaba muerto y me encontraba en
el cielo acompañado de un ángel con la cara de ella. Dejó que me fuese
acostumbrando a aquella estancia, su voz me daba la tranquilidad que sus ojos
me quitaba. Su desnudez se filtraba tras aquella bata. El hecho de que ambos
éramos viejos conocidos lo cambiaba todo.
Las
palabras fueron ocupando el espacio, los recuerdos volvieron en tropel y mi
pregunta de por qué aquella situación nunca halló respuesta.
Hice
una promesa y ella pagó mi silencio con el mismo cuerpo que unos años atrás
deseé más que nada en este mundo. Sueño o realidad, aun hoy en día no soy capaz
de distinguir con nitidez lo que ocurrió en aquella habitación.
Una
despedida atropellada y una frase quedaron flotando entre nosotros: “es fácil
cuando solo se desviste el cuerpo y nunca se desnuda el alma”.