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La
noche prometía. Yo destilaba progesterona emulando a una Marilyn sobrada en
curvas, tú querido mío, rebosabas testosterona por los cuatro costados, ni el
mismísimo Marlon Brandon lo hubiera logrado.
Acudimos
a nuestra cita a ciegas en el punto de encuentro, dimos la contraseña y tras
ella dejamos escapar un ligero pensamiento hecho en voz alta: ¡guau!
La
ocasión la pintan calva, o eso dicen,
así que fuimos conducidos como por encanto hasta la fiesta de disfraces que
regalaba la velada.
Risas,
tratos, trucos y alcohol. Dieron las doce y las luces de la sala se apagaron.
El espacio era tétrico como lo requería la ocasión. Todos estábamos expectantes
a ese momento. De repente un frío en mi espalda erizó todo mi cuerpo. Un tenue
susurro me conmovió, seguido de una caricia afilada en mi cuello.
-
No grites.- Me ordenó.
-
No pensaba hacerlo.- Sonreí.
Mientras
me guiaba a punta de navaja por entre la multitud, sus labios ávidos de deseo
recorrían mi nuca. Su única mano libre, medía mi cuerpo vertiginosamente. Su
lengua experta en despertar zonas olvidadas se encargaba de humedecer una piel
árida hasta entonces.
Llegamos
a una sala desierta. No se veía nada, una tenue luz se colaba por entre las
cortinas del gran ventanal. No podía verle la cara, los ojos, él. Entonces
inicié un ritual de caricias, notaba su excitación cada vez que el filo se
clavaba más en mi garganta. Nos encontramos en
la duda de quién era víctima y quién verdugo.
Su boca
buscó la mía y sin mediar palabra me tumbó sobre el suelo y él sobre mí. Su
cuerpo musculoso hizo un efecto hechicero con mi mente y desde aquél instante
fui sumisa, esclava de su pretensión.
Se
desató una tormenta de pasiones, lluvia torrencial de besos y roces. Tras el
temporal de vaivenes de caderas, apareció un arcoíris de respiraciones. Alzó el
cuchillo, el cual brilló entre las sombras, atrapó un rayo de luna para que yo
pudiera ver los ojos de su portador.
Creí
que terminaría hundiéndolo en mitad del corazón como una estaca vampírica, mas se limitó a limpiarlo y guardarlo. Se
levantó de mi lado, se vistió y se dirigió hacia la puerta. Yo quedé inmóvil,
mera espectadora de sus movimientos. No era mi Marlon, pude descubrir.
¿Quién
me había poseído? Un grato enigma se abría ante mí. Su voz sonó inundando
el aire.
-
¿Cómo te llamas?
-
Norma Jean, para ti.- Atiné a responder.
-
¡Encantado, Norma! Yo soy Barman,
el camarero del bar. ¡Feliz Halloween!
Tumbada,
acariciando la herida de mi cuello,
recordando junto a un único testigo: el rayo de luna.